El blog de Andrea Catalano

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Hasta el cielo lloró la muerte de Raúl Alfonsín

Los argentinos descubrimos algo más que nos une, además de un triunfo de la selección de fútbol: un líder político, cosa rara cuando en los últimos tiempos pedimos que se vayan todos, vamos cada vez menos a votar, nos comprometemos muy poco con nuestra comunidad, nuestro entorno. 
Hace tres días que lloramos, como hacía tiempo no nos pasaba. Y lloramos la muerte de Raúl Alfonsín, nuestro padre de la democracia, frase que se resignifica como hasta ahora no había sucedido. 
Nunca imaginé que su partida iba a generar lo que generó. Tal vez porque íntimamente deseamos que el grueso de la dirigencia política sea como él, o no, que tenga sus valores, o una parte de ellos. Tal vez porque continuamos creyendo que con la democracia se come, se cura y se educa, o porque queremos que así sea.
Hasta el cielo lloró la muerte de Alfonsín. La lluvia cesó apenas un rato antes de que su féretro saliera del Congreso. Y hasta el sol asomó. Como si le hubiese pedido permiso a las nubes para él también despedirse. 
La muerte de Alfonsín parece haber sido tan movilizadora que al intentar reflexionar sobre lo que nos sucede, se me ocurren cosas dispares, desordenadas, contradictorias que no sé por qué razón deseo compartir.
Mi amiga Selva fue a la procesión del edificio legislativo. La conmoción que le produjo despedirlo fue tal que, ni bien llegó a su casa, le escribió a sus amigos sobre el fuerte sentimiento de desamparo que sentía con la partida del ex presidente. Compartí esa emoción, claro. Pero me quedé pensando por qué si como sociedad habíamos sido capaces de poner al frente del país a un líder que reunía tres virtudes básicas, honestidad, convicción, transparencia, no habíamos sido capaces de llevar a otra persona con esas características a lo más alto del poder. 
"Los argentinos tenemos los políticos que nos merecemos", nos lamentamos, en alusión directa a quienes en los últimos quince años o más comandaron este país. Como si no hubiésemos hecho todo lo correcto en los últimos tiempos como ciudadanos. ¿Por qué antes y no ahora tuvimos líderes más cercanos a esa necesidad de honestidad que proclamamos y exigimos? ¿Qué pasó? ¿Qué nos pasó?
¿Murió Alfonsín en este momento porque así estaba escrito, porque su destino tenía esa fecha de partida? Lo pregunto porque, en este mismo ejercicio de reflexión, recordé una frase de las viejas supersticiosas de mi barrio: "Ese se murió ese día porque si no, quién lo iba a recordar". Y pese a lo grotesco de la expresión, alguna vez creí en ella. Pasó que mi abuelo, un peronista recalcitrante bastante carcamán, murió un 24 de diciembre. ¿Justo hoy se tenía que morir? pregunté indolente a mi mamá, cuando me dio la noticia.  Desde entonces creo que mi abuelo de alguna manera eligió esa fecha para que lo recordemos, aunque más no sea una vez al año. 
¿Habrá elegido de alguna manera Alfonsín morir en este momento cuando pulula el desquicio, cuando resulta muy complicado dialogar y ceder posiciones en pro del bienestar común, cuando la corrupción -aunque escondida- existe y crece, cuando no hay un liderazgo estatal ejemplificador? 
La muerte de Alfonsín fue un excelente ejemplo de cómo, con ideas y convicciones, se puede movilizar a las masas, sin que haya  de por medio un pancho y una coca, y un plan trabajar, condición sine qua non de las "movilizaciones" partidarias de los últimos tiempos. Fue una muestra de un sentir popular que, ojalá, despertara en la actual dirigencia una sana envidia, unas ganas irremediables de que querer alcanzar un mismo reconocimiento de parte de la población por el esfuerzo de haber trabajado en pos de alcanzar el bienestar de la gente que habita el mismo lugar que ellos. 
Ojalá el abrazo entre Kirchner y Cobos, la comunicación telefónica entre Cristina y Cobos, tal vez las primeras consecuencias políticas de la partida del radicial hayan sido sinceros. Sí, sí, parezco ingenua. Lo soy. Es que deseo que el desquicio dé lugar al trabajo por la gente, por nosotros. Claro, en paralelo, y en vista de este movimiento espontáneo, la especulación política también avanzó casilleros y ya se está tratando de capitalizar el recuerdo del ex presidente a través de su hijo, Ricardo Alfonsín, para que pelee por el lugar más importante de la Coalición Cívica de la provincia de Buenos Aires en las próximas elecciones. Tal vez esto sea irremediable, tal vez no.
Lo que necesita remedio urgente es nuestra democracia. Desearía, con inocencia infantil, que en estos días Alfonsín se quede un poco más en la tierra para supervisar lo que está sucediendo, y para que advierta el gran reconocimiento que sobre él tenemos los argentinos. Tal vez nos acordamos tarde, pero vale la pena que al menos lo sucedido nos permita reflexionar a nosotros como ciudadanos, como habitantes de un barrio, integrantes de una ciudad, de un país. Y que esa reflexión nos ayude a construir un país mejor, por nosotros y por nuestros hijos.

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