El blog de Andrea Catalano

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Facebook, el arcón de los recuerdos de la era digital


Facebook es un baúl de recuerdos. Tal vez no esté diciendo nada nuevo, pero es la primera definición que logré aplicarle a esta red social después de meses de usarla y no tener bien en claro para qué, aunque debo reconocer que la motivación inicial fue para saber de qué se trata.

Después de varios meses de ser miembro de Facebook creo haberle pescado la mejor aplicación: la de encontrar a amigos de mi infancia y de mi adolescencia que hacía años y décadas (sí, décadas) que no veía, sobre quienes había perdido el rastro pese a haber compartido tantos lindos momentos de esas épocas, momentos que luego fueron definitorios en mi inicio a la adultez (a la que aún no sé si llegué).

Voy a ser más clara: a los 11 años aprendí a nadar en el club YPF de Mendoza y me gustó tanto que me convertí en nadadora de esa institución (y digo institución porque lo era, así, con todas las letras, no se trata de un mero sinónimo periodístico). Y formé parte de un cuerpo de nadadores genial, chicos y chicas con quienes me pasaba horas entrenando en la pileta, en invierno y en verano. Y con los que, fuera del agua, compartíamos asaltos los sábados a la noche o payanas y trucos interminables antes de entrar a la pileta o, después, cuando esperábamos a nuestros padres a que nos fueran a buscar.

A los 13 comencé la secundaria, y después de rendir el examen obligatorio, ingresé en el Colegio Universitario Central (CUC), de la UNCuyo. Fue la entrada a un nuevo grupo de personas con el que compartí seis años maravillosos porque, hay que decirlo, el CUC era un colegio genial, con sus tribus huarpe y pehuenche para organizar actividades durante el año, el picnic de la primavera en un colegio agrícola o el viaje de egresados, todos juntos (me refiero a los cuatro sextos años juntos) a Mar del Plata. 

Mi vida como nadadora terminó un año antes de mi egreso de la secundaria. Por ende, muchos caminos que compartí hasta ese momento con tanta gente se bifurcaron, tomaron para distintos puntos cardinales. Amigos entrañables, compañeros espectaculares y conocidos macanudísimos se perdieron en esa nueva búsqueda que cada uno emprendía. Y sólo fue posible saber sobre algunos de ellos por medio de otros con los que, tal vez, logramos mantener un contacto más aceitado, más fluido. Hasta que apareció Facebook.

Hace algo más de un mes que en mi cuenta de Facebook se están agolpando aquellos amigos, compañeros y conocidos entrañables. Comenzaron a caer de a uno preguntando tímidamente si esa que aparecía en Facebook era la que había ido al CUC o la que había hecho natación en YPF. Y la pregunta llega tan directo como la alegría de haber reencontrado a alguien después de tanto tiempo. De repente, uno empieza a aceptar a esos "nuevos" contactos que llegan a través de la red social y apenas uno accede, ve que hay otros viejos amigos en ese mismo lugar, que comienzan a deschavar una catarata de recuerdos que bombardean el corazón de tal manera que es imposible controlar las lágrimas. Nunca hubiese pensado que la programación de unos cuantos bytes que corriera por otros tantos bites lograra semejante experiencia emotiva.

En este tiempo Facebook se ha convertido en mi arcón de recuerdos. Pero no es el mismo arcón que el que tenía mi abuela, desvencijado y lleno de polvo. No. Es un baúl de recuerdos que devuelven vida, que nos retrotraen a buenas y lindas cosas aprendidas en la adolescencia y que nos formaron como personas ... Es un baúl de recuerdos que nos permiten volver a reflexionar sobre lo bien hecho para volver a tomar fuerzas en esta etapa de la vida. 

Sí, Facebook es también una red social que implica riesgos de seguridad y tantas otras cosas. Pero por esta vez me voy a quedar con la parte emotiva. En estos días Facebook se ha convertido en una ventana para volver a saludar a mis amigos, a mi gente querida, para volver a vivir cosas lindísimas que me tocaron y poder brindárselas, renovadas, a mis hijos. Facebook me ha revolucionado el corazón en estos últimos tiempos. Debo estar poniéndome vieja. 

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